Planta del Diccionario “Coruña” de la Lengua Española Actual

 

por José-Álvaro Porto Dapena

 

 

 

 

Índice

 

 

 

3.3.  El caso especial de los verbos

 

         No hace tampoco falta insistir en que la mayor complejidad paradigmática corresponde sin duda a los verbos, entre otras razones porque entran en juego consideraciones de tipo contextual —estructura actancial y sintáctica—, así como por la existencia entre ellos de relaciones semánticas que van más allá de la pura determinación de hiperónimos, hipónimos y cohipónimos. Por eso y puesto que de momento nuestra atención se concentra y va a seguir concentrándose en el estudio lexicográfico de verbos, pensamos que no estará de más realizar aquí algunas consideraciones que pueden resultar útiles a futuros redactores.

 

         Lo primero que hay que tener en cuenta es que todo verbo forma parte de un contexto sintáctico-semántico integrado por él y sus correspondientes actantes o argumentos; lo que quiere decir que, aun en su consideración individual, no podrá prescindirse de sus valencias o posibilidades sintagmáticas, las cuales ayudan en definitiva a configurar su significado. Y ello hasta el punto de que a veces puede no resultar claro si un elemento es meramente contextual o más bien forma parte —como un rasgo semántico más— del contenido del verbo. Así, por ejemplo, nadie dudaría de que el verbo beber es transitivo, esto es, que tiene dos actantes o argumentos, como se demuestra en

 

                                      He bebido una cerveza.

 

Pero podemos tener serias dudas a la hora de decidir si este mismo verbo pasa a intransitivo o forma parte más bien de una construcción absoluta (con objeto directo sobrentendido) en este otro contexto:

 

                                      Francisco no bebe

 

en el sentido de que no es aficionado al alcohol, caso en el que, por lo tanto, beber tendría que definirse como ‘tomar bebidas alcohólicas’, esto es, integrando el complemento directo —como un rasgo semántico más— dentro de su propio significado, de la misma manera que sin duda lo hace, por ejemplo, cervecear ‘tomar cerveza’, que es por cierto también intransitivo.

 

         Pero todavía hay más: como ya señaló Coseriu, una valencia, aunque no se materialice, como en el caso anterior, en la inclusión de un argumento dentro del contenido o semema del verbo, puede por sí misma actuar como verdadero rasgo semántico en la medida en que sirve para diferenciar u oponer un verbo a otro u otros. Es lo que ocurre, por ejemplo, con segar, que se caracteriza semánticamente por exigir que su complemento directo sea hierba o césped, frente —pongamos por caso— a talar, que significa lo mismo, a no ser que exige como complemento directo a árbol o bosque. Nos enfrentamos en este caso a las conocidas solidaridades o restricciones seleccionales, que, evidentemente, tienen una naturaleza sintagmática, pero, a la vez, una clara proyección paradigmática, puesto que constituyen valencias (esto es, posibilidades de combinación) que, como acabamos de observar, actúan como verdaderos rasgos distintivos.

 

         Ahora bien, una consecuencia importante que se desprende de esto último es que, para la determinación del paradigma léxico de los verbos, la prueba de la conmutación no es ni mucho menos un método seguro, como podría serlo para otros tipos de palabras o en determinados contextos. Y así, siguiendo con el ejemplo anterior, observemos que en un enunciado como

 

         Los obreros municipales segaron la hierba del parque

 

el verbo segar no admitiría conmutación más que con su hiperónimo cortar y nunca con otros verbos de su paradigma, como talar, desmochar, trasquilar, etc. porque todos ellos presentan restricciones en su combinatoria sintagmática. Pero notemos además que, por el contrario, la posible conmutación de ese verbo por otros en el contexto anterior no necesariamente nos llevaría a palabras pertenecientes al mismo paradigma:

 

         Los obreros municipales sembraron la hierba del parque

                                               abonaron

                                                pisaron

                                                regaron...

 

Como se ve, todos son verbos que pueden alternar, pero es evidente que no poseen una base semántica común que los constituya en miembros de idéntico paradigma.

 

         Todo esto quiere decir que en la construcción de un paradigma léxico constituido por verbos no podemos dejar nunca de lado la perspectiva combinatoria. Y ello no solo porque ésta puede implicar ciertas restricciones en el sujeto o en algún complemento, sino porque, aun en el caso de que exista una base semántica sólida, es necesario —al menos para determinar los casos de hiperonimia-hiponimia— comenzar siempre por comparar verbos lo más homogéneos posible desde el punto de vista de su comportamiento sintagmático. Por eso quizás un primer paso deberá consistir en determinar antes que nada la estructura actancial del verbo, estructura que total o parcialmente habrá de repetirse en los demás miembros del microparadigma, independientemente de que en algunos casos puedan darse restricciones o solidaridades y, a su vez, conformaciones sintácticas diferentes[nota 1]. Precisamente en éstas es donde, en muchas ocasiones, radican propiamente las diferencias que llevan a oponer unos verbos a otros, como es el caso, por ejemplo, de vender y comprar, verbos que poseen los mismos actantes: comprador, vendedor y lo vendido o comprado. Pero obsérvese que, sintácticamente, se organizan de un modo contrario: mientras con el primero el vendedor es sujeto y el comprador, objeto indirecto, en el segundo es éste el sujeto, y aquél el objeto indirecto. Contra lo que pudiera pensarse, no se trata aquí de una relación de antonimia, sino, como la llama B. García Hernández, una complementariedad o, según J. Lyons, una inversión.

 

         Hablando precisamente de relaciones semánticas especiales —esto es, al margen de las de hiperonima-hiponimia— entre los verbos y basándonos por cierto en García Hernández[nota 2], vamos a referirnos brevemente (pues este no es el momento ni el lugar para tratar el tema en toda la amplitud que se merece) a algunas de esas relaciones, que, lógicamente, habrán de ser tenidas en cuenta en la reconstrucción de paradigmas. En general dichas relaciones dependen en unos casos de una diferente configuración sintáctica de los actantes, mientras que en otros se trata de diferencias basadas en la contigüidad.

 

         Tomando como base la distinta configuración sintáctica de dos o más verbos que responden a idéntico contenido léxico y actancial —esto es, que expresan el mismo proceso y, por tanto, con los mismos argumentos—, podemos hablar de dos tipos de relación: la inversión, a la que —repetimos— B. García Hernández llama complementariedad, y la factitividad o causatividad.

 

            El primer tipo de relación, que es el que se da, como acabamos de ver, en la oposición vender / comprar,  consiste, como puede observarse, en una especie de diátesis (semejante, por tanto, a la relación activa-pasiva), según la cual el objeto (directo o indirecto) de uno pasa a sujeto en el otro; es decir,

 

                            Juan vendió una casa a Luis

                            Luis compró una casa a Juan.

 

Ocurre lo mismo con otras parejas de verbos, como preguntar / responder, dar / recibir, mandar / obedecer, etc. Se dice, por lo demás, que el primer miembro de estas parejas corresponde a la clase adlativa frente al segundo, que sería miembro de la ablativa. Ahora bien, como se trata de clases diferentes, en el paradigma aparecerán en microparadigmas o subparadigmas diferentes; pero en cada uno de ellos, al lado del verbo correspondiente se indicará mediante el signo («) el miembro opuesto de la otra clase; es decir, del mismo modo que hacemos con los antónimos, que forman subparadimas distintos, pero que indicamos en cada uno de ellos por medio del signo (¹).

 

         Notemos por cierto que a veces un mismo verbo puede ofrecer las dos posibilidades, como ocurre, por ejemplo, con alquilar, que tanto se puede decir del arrendador como del arrendatario; de ahí la ambigüedad de una frase como

 

                            Tomás arrendó un piso a Luciano

 

donde solo la situación o contexto más amplio podría aclararnos quién es el dueño del piso y, por tanto, el arrendador. No hace falta decir que, cuando esto ocurre, ambos significados habrán de tratarse como subacepciones o variantes de una misma acep.

 

         Esto mismo ocurre también con la factitividad. Muy frecuentemente en español un verbo intransitivo —o, a veces, transitivo— puede construirse como transitivo, pasando a sujeto lo que representa la causa, o la persona que actúa como instigadora de la acción verbal, y convirtiéndose en objeto directo el sujeto. Es lo que ocurre, por ejemplo, en

 

Ramón enfermó con el disgusto > El disgusto enfermó a Ramón

 

No hace falta insistir en que estos casos han de interpretarse siempre como subacepciones de una misma acep., y esto aun cuando, como es frecuente, el significado no factitivo venga representado por el mismo verbo en construcción pronominal; es decir,

 

Herminia enfadó a su madre > La madre de Herminia se enfadó.

 

Ello no impide, sin embargo, que esta misma diferencia sirva, al igual que en el caso de la inversión, para oponer unos verbos a otros, como es el caso de las parejas morir / matar, aprender / enseñar, huir / ahuyentar, pacer / apacentar y tantos otros. Para la indicación de este tipo de relación se utilizará el signo (º), que precederá, como en el caso anterior, a la palabra del subparadigma caracterizado por el rasgo factitividad, y viceversa. Veamos un ejemplo:

 

ð Producir una comida o bebida efecto físico sobre el organismo de alguien: sentar (coloq.), caer.

 

       A) sentar bien: aprovechar.

         B) sentar mal:

1) al estómago: indigestar.

a) estancándose en el estómago (o los intestinos): asentarse.

 

2) al organismo en general: intoxicar (¹ desintoxicar), envenenar, emponzoñar, inficionar, atosigar, atoxicar.

 

3) tratándose de una bebida alcohólica, producir mareo o borrachera: embriagar (¹ desembriagar), emborrachar, embeodar, embolar (El Salv.), encuetar (Méx.), inebriar, patear (Cuba), rascar (Ven.) º ajumarse, alumbrarse (coloq.), amarrar (Amér.). amonarse (coloq.), atajarse (And.), borrachear ‘frecuentemente’, chingarse, cocerse (coloq.), cogerla (coloq.), copearse (Méx.), curarse (Amér.), emparafinarse (Chile), empedarse (Arg. y Ur.), encañarse (Cuba), enchicharse (Amér.), encurdarse (vulg.), encurdelarse (Arg. y Ur.), engorilarse (Chile), enguarapetarse (Cuba y Méx.), enjumarse (Hond.), enmonarse (Amér.), jalar (Cuba), jumarse, mamarse, penquearse (Chile), tomarse, traguearse (El Salv. y Hond.), zocarse (C. Rica y Guat.)

 

Y paralelamente, en el otro subparadigma tendremos:

 

ð Sentir alguien un efecto físico de una comida o bebida sobre el organismo:

 

A) Sentir los efectos de una indigestión: indigestarse.

B) Sentir los efectos del alcohol: ajumarse, alumbrarse (coloq.), amarrar (Amér.). amonarse (coloq.), atajarse (And.), borrachear ‘frecuentemente’, chingarse, cocerse (coloq.), cogerla (coloq.), copearse (Méx.), curarse (Amér.), emparafinarse (Chile), empedarse (Arg. y Ur.), encañarse (Cuba), enchicharse (Amér.), encurdarse (vulg.), encurdelarse (Arg. y Ur.), engorilarse (Chile), enguarapetarse (Cuba y Méx.), enjumarse (Hond.), enmonarse (Amér.), jalar (Cuba), jumarse, mamarse, penquearse (Chile), tomarse, traguearse (El Salv. y Hond.), zocarse (C. Rica y Guat.) º embriagar (¹ desembriagar), emborrachar, embeodar, embolar (El Salv.), encuetar (Méx.), inebriar, patear (Cuba), rascar (Ven.).

 

         Entendemos por contigüidad la relación existente entre dos o más acciones o procesos que se producen en una sucesión temporal, como, por ejemplo, amanecer / atardecer / anochecer, buscar / encontrar, mirar / ver, vivir / morir, estudiar / aprender, leer / releer, etc. A veces estos procesos, que pueden entenderse como simples etapas de un proceso más amplio, se hallan tan relacionados que incluso el verbo indicador de uno puede pasar, por deslizamiento semántico, a expresar el otro, como ocurre, por ejemplo, con una expresión como

 

                   Rafael se ha comprado un coche nuevo

 

donde lo que interesa propiamente expresar no es tanto el hecho de comprar cuanto su resultado: el tener coche nuevo. Del mismo modo, cuando decimos a alguien que

 

                            Ayer fuimos al teatro

 

lo que realmente queremos decir más bien es que estuvimos en el teatro, desentendiéndonos del camino recorrido. Estos deslizamientos terminan a veces por modificar el significado de un verbo, como ocurre con decapitar, cuyo significado ‘cortar la cabeza’ lleva implicado, como resultado, ‘matar’, y de hecho podría definirse como ‘matar [a alguien] cortándole la cabeza’. Lo mismo, en fin, ocurre con remar en relación con bogar.

 

Un tipo especial de contigüidad es el resultativo, relación en la que una pareja de verbos se opone por el hecho de que uno expresa el resultado de la acción indicada por el otro. Tal es el caso, por ejemplo, de encontrar respecto a buscar, o de ver ‘percibir con la vista’ frente a mirar ‘dirigir la vista para ver’. También el iterativo, que es el que se da en parejas como leer / releer, vivir / resucitar, lavar (la ropa) / aclarar, en las que uno de los verbos supone la repetición de la acción indicada por el otro. No hay que confundir por cierto este último tipo de relación con la reiteración, característica de algunos verbos que significan también la repetición de una acción o proceso un indefinido número de veces, lo que puede dar lugar a una oposición léxica basada en los rasgos semelfactivo / reiterativo del tipo llorar / lloriquear, pisar / pisotear, mover / menear, etc.

 

         Mirando la sucesión como un conjunto de etapas de un mismo proceso, tendremos tres tipos de contigüidad: el ingresivo o incoativo, el progresivo o cursivo y el terminativo. Este último, que indica la etapa final, puede a su vez ser desinentivo, cuando uno de los verbos es definible por la perífrasis dejar de + el otro verbo, y terminativo propiamente dicho, cuando el significado de uno de los verbos puede expresarse mediante acabar o terminar de + el otro verbo. Es el caso, por ejemplo, de las parejas dormir / despertar, hablar o cantar / callar, habitar / deshabitar, pagar / cancelar ‘acabar de pagar’, andar / pararse, etc. Notemos, por cierto, que estas parejas pueden interpretarse, desde otro punto de vista, como verdaderos antónimos, de los que en realidad no serán más que un tipo, caracterizado por indicar al mismo tiempo contigüidad.

 

         Por su parte el verbo ingresivo expresa, lógicamente, el comienzo de la acción y se opone al otro verbo, el progresivo, por ser definible mediante la perífrasis comenzar a + el verbo opuesto en infinitivo. Así, por ejemplo, vivir / nacer ‘comenzar a vivir’, dormir / adormecer, desarrollarse (una planta) / germinar.

 

         Terminemos observando que, dada, como se ve, la diversidad —y también complejidad— de subtipos existentes en la relación de contigüidad, los indicaremos todos, como ya queda señalado, de la misma manera: con el signo (»). De idéntico modo en la relación que B. García Hernández llama alternación, representada grosso modo por lo que tradicionalmente se viene considerando antonimia, tampoco haremos distinción entre la antonimia propiamente dicha, tal como la define Lyons (p. e. ganar / perder), y los casos que éste llama de complementaridad (así, hablar / callar) e incluso de oposición direccional (tipo hacer / deshacer o ir / venir).

 

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[1] Esta es la razón de que, en la parte semasiológica, a cada acep. —correspondiente a un paradigma léxico único— no se le asigne más que un contexto, el cual, aunque corresponde a una estructura sintáctica concreta, lo que pretende en realidad no es más que ofrecer el contexto actancial o semántico. Notemos que, con frecuencia, las subaceps. no responden más que a conformaciones sintácticas diferentes, aunque, lógicamente, cuando estas diferencias vienen dadas por verbos distintos, éstos constituyen oposiciones léxicas evidentes. [volver]

[2] Cfr. B. GARCÍA-HERNÁNDEZ, Semántica estructural y lexemática del verbo, Ediciones Avesta, Reus, 1980, pág. 63 y ss. [volver]

 

 

 

 

 


 
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